Carlos Chablé Mendoza
Sonó el teléfono, me levanté del sillón y contesté:
- -¡Bueno!
- -¿Chablé? Soy Guzmán
- -Sí, hola ¿qué tal Román? ¿Cómo estás?
- -Oye, estoy yendo a Tihosuco a apoyar a los compas, ¿me acompañas?
- -Claro que sí, ¿a qué hora pasas a Carrillo?
- -Estamos entrando a la ciudad camarada, paso a tu casa en un rato.
- -Ok, te espero.
Eran como las ocho de la noche, veíamos tele, aunque estaba al tanto del bloqueo que hacían los ejidatarios de Tihosuco desde un día antes, me sorprendió un poco la llamada del diputado Román Guzmán (QEPD), era líder campesino de Bacalar con experiencia en movilizaciones.
Pasaron por mí unos minutos después, el líder venía con otro conocido bacalarense que lo ayudaba manejando el vehículo, en el centro subió al carro el licenciado Javier. Román iba con personas que le seríamos de mucho apoyo, así nos dijo:
-Tu, Chablé como reportero y Javier, conocedor de leyes, ahora sí, les advierto que vamos a intentar detener la represión. Los compas de Tihosuco me hablaron para decir que habían sido avisados: sino suspendían el bloqueo los desalojarían esta noche. Así que, si alguien no quiere ir me dice, no hay problema, todavía puede bajarse.
-No, cómo crees diputado, vamos contigo, dijo Javier. Yo solo agregué:
-Vamos, estoy listo, ya veremos qué pasa.
En el trayecto, que fue bastante rápido, pudimos intercambiar opiniones sobre el movimiento y que debía evitarse la violencia. Dos semanas antes, en el centro de Carrillo Puerto, la policía intentó desalojar un plantón de protesta y solo provocó el enfrentamiento con cientos de campesinos que exigían apoyos al gobierno ante la perdida de sus milpas debido a la sequía.
Román nos decía que al frente del operativo policíaco contra Tihosuco, estaba un personaje con fama de rompemadres.
-Lo conozco y sé que es de esos dispuestos a obedecer al amo en lo que sea, dijo.
Ya en la entrada del pueblo nos encontramos con un destacamento de antimotines, impidieron el paso del vehículo, parecían soldados romanos, sin decir nada, bajamos tranquilos los tres , el chofer permanecería en el vehículo advertido de lo que debía hacer en caso de emergencia.
No caminamos mucho. Enseguida fuimos señalados por un oreja y los comandantes al mando de los agentes y el presidente municipal voltearon a vernos y continuaron su conversación.
El desalojo ya había comenzado. Vimos decenas de bicicletas amontonadas en la cama de un camión de carga sin redilas, fogatas recién apagadas, policías retiraban con mucho esfuerzo las enormes piedras y troncos que usaban los ejidatarios para bloquear la carretera que conduce a Valladolid.
El diputado saludó al comandante de la policía estatal quien aparentemente contestó respetuoso. Cuando Román le pidió no continuar el desalojo y que él hablaría con los inconformes, de inmediato el oficial le dijo:
-Eres diputado, pero si intentas cruzar te vamos a romper la madre, tenemos ordenes claras, dijo el comandante volteándonos a ver como amenazante. Mientras, el informante del palacio municipal nos grababa con una cámara de video.
-Haz lo que quieras, dijo Román y avanzó seguro, fui con él y seguí tomando fotos.
-Ya les dije, no me hago responsable de lo que les pase, gritó el policía.
Tras de nosotros vino a paso veloz un contingente de antimotines, se imponía el sonido de sus botas, aporreaban las macanas en sus escudos, en un momento sentí que caerían también sobre nosotros.
De la entrada al otro punto del bloqueo, frente a una escuela, hay más de 500 metros, los policías llegaron primero. Corrimos tras ellos, al llegar pudimos presenciar cómo detenían y golpeaban a campesinos jóvenes y viejos.
Nos interpusimos entre los antimotines y un grupo de mujeres, las apuntaban con sus armas y ellas permanecieron inamovibles, con los brazos cruzados algunas reclamaban en maya. Cerca, junto a una barda, tenían acorralados a un grupo de ejidatarios. Un agente gritó:
-¿Les rompemos la madre jefe?
-El oficial asintió y respondió con voz fuerte:
-¡Los suben también a la patrulla!
Ya no vi a Román, se había acercado nuevamente a exigir al comandante que cesara la represión, pero ya nada podía hacerse. Mientras unos se defendían como podían, otros, al ver la superioridad policíaca, escaparon hacia el monte.
-¡Corran!, ¡corran!, les gritaban las mujeres que insultaban además a los policías, algunas tenían a hijos pequeños que asustados se abrazaban a sus piernas.
Cinco años después, en 2009, ocurriría algo parecido nuevamente en Carrillo Puerto y por el mismo motivo. Hoy, en Tihosuco los ejidatarios continúan luchando.